Día 1 (17 de diciembre)
Nuestro vuelo sale a las 6 de la
tarde, por lo que los nervios ya están a flor de piel desde el momento en el
que nos levantamos, aunque vivimos a 5 minutos de distancia Andrea y yo no
paramos de llamarnos para ver que nos estamos dejando. Revisar maletas, revisar
papeles, pasaporte, pesos, tamaños que me dejo, llamada a Andrea… vamos lo que
conlleva un viaje por la tarde (nada recomendados).
Ya ponemos rumbo al aeropuerto,
encontramos la puerta y… mierda, mierda, mierda (Fabi, en España hablar de
cacas es normal), con tanto preparativo me he dejado un papel en casa, menos
mal que vamos con tiempo y que el uber aquí es casi “gratis” (nótese mi ironía).
Así que volvemos a casa, corriendo escaleras para arriba lo cojo y vuelta al
aeropuerto. Algo me decía que nuestro viaje no empezaba con buen pie, pero todo
estaba por ver (ante todo mentalidad positiva y risas ante la situación riesgo)
nos quedaban por delante muchas horas.
Tras un vuelo rápido y tranquilo,
¡llegamos a San Francisco! Destino idílico al que sin duda me encantaría volver
a terminar de conocer.
Llegamos de madrugada, pero aun
teníamos fuerza para celebrar mi cumpleaños, así que fuimos a tomarnos algo al
bar que había en la esquina. Estaba ambientado en los años 20 y hasta los
camareros iban con ese estilo (ahora reconvertido a hipsters) de tirantes
negros sobre camisa blanca, pajarita y bigote. Pero nuestra mala suerte ahora
era que a la 1:30 de la mañana ya no dejaban entrar a ningún sitio más porque
todo cerraba. Pero bueno, compramos unas cervezas y fuimos al hostel a ver qué
ponían en la tele mientras charlábamos y tomábamos (es realmente buena la
teletienda americana).
Día 2 (18 de diciembre)
A la mañana siguiente, nos
levantamos con ganas de conocer los lugares más recónditos de San Francisco, así
que comenzamos por un mercado de pulgas en la zona industrial. Allí duramos
veinte minutos, por lo que fuimos a Mission: un barrio mexicano lleno de vida y
color; los murales que decoraban las calles nos inundaban de felicidad y, cómo
no, de postureo también.
Los mejores murales nos los
encontramos en callejones escondidos, estrechos y malolientes como Balmy Alley y Clarion Alley.
Estuvimos toooda la mañana
recorriéndolo a pie, metiéndonos entre callejones y sintiendo que estábamos en
México y no en Estados Unidos. Allí encontram os una taquería chiquitina y estrecha, llena de gente, donde nos pusimos moradas a burritos, tacos y demás comida.
Con el buche lleno seguimos
caminando a ver el edificio de la mujer, y atravesando otro barrio del cual no
recuerdo el nombre, llegamos hasta las Painted Ladies. Un conjunto de 6 casas
iguales en medio de una de las supercuestas de San Francisco, que, bueno,
dentro del barrio en el que estaban eran las menos llamativas. Pero bueno, es
como ir a Zaragoza y no ver la iglesia de San Juan de los Panetes.
De vuelta al hostel, cansadas de
caminar todo el día, escuchamos un concierto de Jazz y aparecimos en el
Ayuntamiento. Quisimos entrar a verlo, ya que es uno de los edificios más
importantes y antiguos de San Francisco, pero en ese momento era una capilla
ardiente, así que no se podía visitar, ya que el alcalde se hallaba en cuerpo
presente en su interior. Mala suerte la nuestra.
La anécdota fue que yo, medio
lerda, entendí que el alcalde estaba dentro, pero no muerto, así que grande fue
la sorpresa que me di ante tantas cámaras en la puerta principal de esta.
La noche también fue movidita,
compartíamos (las dos primeras noches) habitación con dos estudiantes de
intercambio de Alemania, los cuales la noche anterior habían usurpado nuestros
espacios porque ilusos de ellos, pensaban que estaban solos en el cuarto y
tenían todo tirado cuales guarros.
El caso es que yo me levante a
mitad de la noche a mear, a lo que uno de ellos salió corriendo detrás de mí y
sin decir nada se fue del cuarto. Ni Andrea ni yo entendíamos nada, así que mee
y me volví a ir a dormir. Seguramente estuviese chicagandose y no aguantaba más.
Día 3 (19 de diciembre)
Llegamos a nuestro tercer día de
aventura: el plan fue distinto al
planeado, pero aun así estuvo entretenido.
El día comenzó con tensión, ya
que la reserva del hostel la hice para el día siguiente, es decir para el mismo
día que Fabi también la había hecho, osea se, que no sabíamos si esa noche
íbamos a dormir en el hostel. Pero la noche del 20 la teníamos doblemente
cubierta.
Todo empezó cuando me di cuenta
de que la había liado, fui al recepcionista y me dijo que no habría problema al
cambiarla, que lo único que estaríamos en habitaciones distintas, pero que
igualmente para la noche del 20 dormiríamos las tres en la misma habitación (lo
cual suponía que una de las dos se cambiaba una noche y la otra todas las
noches, esto incluye quita y pon sabanas). Pero este recepcionista tenía prisa
así que nos dijo que en 5 min llegaba el otro.
Tras esperar, el otro muchacho
nos dijo que no se podía hacer, que teníamos que reservar de nuevo perdiendo
todo lo otro… Ya nos vio la cara de somos pobres y nos dijo consulto a mi jefe
y os digo cosas.
La culpa de todo esto la tenía la
recepcionista chica que si nos hubiese contestado a las llamadas y los mails
tendríamos las 4 noches desde antes de llegar reservadas, pero bueno
aventurillas.
Tras desayunar panqueques en la
terraza al solecito con el café, nos arreglamos y anduvimos hasta llegar al
pier (embarcadero), atravesando el
barrio empresarial y encontrando el único decathlon que hay en EEUU (me hizo
mucha ilusión, pero era muy distinto a los de España así que nos fuimos pronto).
Estuvimos paseando hasta llegar
al Pier 39, que venía siendo un centro comercial ambientado en el oeste y con
leones marinos como atracción turística (de camino nos encontramos con un Decathlon, no sabeis cuanto o añoro y mi emoción fue tal que se mereció una foto, el único y primer Decathlon de américa y yo he estado en el!!!!)
Estando allí recibimos un correo
en el que nos decían que finalmente sin ningún coste nos hacían el cambio de la
reserva a esa noche, así que salvadas.
Nos habían recomendado ir a Fishermans Wharf, y la verdad que ni Andrea ni yo entendimos por qué. Todo demasiado turístico y explotado para mí gusto, con las bonitas vistas que hay hacia Alcatraz y a la Península del tiburón, destrozado por típicos chiringuitos de playa y fritura de pescado. Lo mejor que allí encontramos fue una panadería donde hacían unas deliciosas tortas fritas (ninguna mejor que la de mi yaya Carmen por supuesto).
Entre el frio del Pier y lo poco
que nos gustó, quisimos entrar en calor llegando hasta Lombard Street, la calle
más empinada de San Francisco. Que como no, para llegar hasta ella hay que
subir una de las miles de colinas de la ciudad. Pero solo por las vistas
merecía la pena.
Al llegar allí bueno, que decir,
vimos un espectáculo de chinos bajando en coche por la famosa calle con los
cuerpos para fuera grabando (¿Qué mejor que ver las cosas a través de móvil y
no con tus ojos?).
De allí nos entró hambre, así que
Dim Sum para comer en el barrio chino. Costó encontrar un lugar, pero al final
comimos como marquesas y pudimos cargarnos de energía para seguir visitando el
barrio Chino, (es uno de los más famosos y antiguos y auténticos de EEUU
(porque aquí si no comparan todo no son felices)).
Empezaba a oscurecer y no nos
recomendaban andar por allí de noche, así que continuamos conociendo San
Francisco a pie, y fuimos por ello a Little Italy (el barrio italiano) y allí
tomamos un helado (decía ser artesano).
Mientras merendábamos en el
parque, vimos la imponente torre Coit en lo alto de la ciudad, y allá que
fuimos. La cuesta para llegar no tenía nada que envidiar a Lombard Street.
Desde lo alto (no de la torre, que para subir había que pagar), había un
pequeño mirador hacia el Golden Gate Bridge. Tomamos las fotos pertinentes,
disfrutamos de la puesta de sol y volvimos al barrio italiano a probar las
famosas mimosas (champán con zumo), las cuales nos parecieron una mala
combinación.
Vuelta al hostel y vuelta al
problema, nos habían dado habitaciones separadas y a lo que llegué yo a mi
cama, había un chico durmiendo en ella. Bajé a recepción y bueno que no sabemos
que pasó porque ya después de marearlos nosotros a ellos, empezaron a marearnos
a nosotras, así que en 3 días recorrimos todas las plantas del hostel.
Al final, Andrea y yo dormíamos
juntitas (que al principio no y mira que lo pedimos), y en nuestra habitación
conocimos a una sevillana que nos habló del negocio del futuro, la corta de
cogollos. Ella estaba en California por eso y se iba a España con muuucha
pasta.
Día 4 (20 de diciembre)
Antes de que Fabi aterrizase y se
uniese al viaje, teníamos que volver a cambiar de habitación, esta vez la
compartíamos con un individuo que vimos todo el día/tarde/noche metido en la
cama. Solo sabíamos que era calvo.
A primera hora teníamos reservado
el cruise hasta Alcatraz, aquella famosa cárcel abandonada que todo el mundo
conoce ya que albergó a algunos de los más famosos gangsters de los años 30. Y
sus fuertes corrientes que no dejaban escapar a ningún preso.
Allí construida sobre un islote
en medio de la bahía de San Francisco, no solo protagonizó escenas de
presidiarios sino también luchas sobre la igualdad y el respeto por los
ciudadanos nativos americanos.
Además de aprender y alucinar con
las condiciones minúsculas que los presos tenían ahí, disfrutamos de la vista a
San Francisco y a los puentes que la cruzan.
A la vuelta íbamos con ganas de
hacer ejercicio así que fuimos a ver Lands End, un parque en la rocosa y
azotada costa por el viento de la boca del Golden Gate. Allí vimos alguna ruina
de un antiguo fuerte militar.
De allí salía un trail de una
hora aproximada por a costa por la cual te ibas acercando al Golden Gate. Como
teníamos que esperar a Fabi para poder ir al puente a hacernos fotos; en que nos entró el hambre salimos del trail y
fuimos a comer comida China.
Tras la comida y el café echado,
nos dirigimos al Palacio de las Finas Artes, un lugar que sin duda te
transporta a roma con sus grandes columnas de estilo renacentista; adornado con
un laguito artificial que, aunque bonito, olía un poco mal (en general nos
sorprendió mucho el mal olor que tenía la ciudad).
Una vez que Fabi llegó, fuimos en
uber (el transporte es más lento que ir andando, y ya estábamos cansadas de 3
días andando cuesta arriba cuesta abajo) a ver la puesta de sol en el Golden
Gate y a posturear con las fotos (he de decir que me pareció más bonito el
puente blanco, “puente de la bahía” que el Golden Gate, pero como es el famoso
hay que verlo y cruzarlo, pero ya n tuvimos oportunidad).
Y es que para conocer y hacer
todo lo que hay que hacer en San Francisco con tres días no vale.
Y aquí termina nuestra primera
parte jugando al “Who is who” con gentes del mundo, cerveza y con una cena
deliciosa de ensalada de brócoli made in Trader Joe´s, nuestro supermercado
orgánico favorito.