domingo, 21 de enero de 2018

Christmas Trip (Parte 1)

Día 1 (17 de diciembre)
Nuestro vuelo sale a las 6 de la tarde, por lo que los nervios ya están a flor de piel desde el momento en el que nos levantamos, aunque vivimos a 5 minutos de distancia Andrea y yo no paramos de llamarnos para ver que nos estamos dejando. Revisar maletas, revisar papeles, pasaporte, pesos, tamaños que me dejo, llamada a Andrea… vamos lo que conlleva un viaje por la tarde (nada recomendados).

Ya ponemos rumbo al aeropuerto, encontramos la puerta y… mierda, mierda, mierda (Fabi, en España hablar de cacas es normal), con tanto preparativo me he dejado un papel en casa, menos mal que vamos con tiempo y que el uber aquí es casi “gratis” (nótese mi ironía). Así que volvemos a casa, corriendo escaleras para arriba lo cojo y vuelta al aeropuerto. Algo me decía que nuestro viaje no empezaba con buen pie, pero todo estaba por ver (ante todo mentalidad positiva y risas ante la situación riesgo)  nos quedaban por delante muchas horas.


Tras un vuelo rápido y tranquilo, ¡llegamos a San Francisco! Destino idílico al que sin duda me encantaría volver a terminar de conocer.

Llegamos de madrugada, pero aun teníamos fuerza para celebrar mi cumpleaños, así que fuimos a tomarnos algo al bar que había en la esquina. Estaba ambientado en los años 20 y hasta los camareros iban con ese estilo (ahora reconvertido a hipsters) de tirantes negros sobre camisa blanca, pajarita y bigote. Pero nuestra mala suerte ahora era que a la 1:30 de la mañana ya no dejaban entrar a ningún sitio más porque todo cerraba. Pero bueno, compramos unas cervezas y fuimos al hostel a ver qué ponían en la tele mientras charlábamos y tomábamos (es realmente buena la teletienda americana).


Día 2 (18 de diciembre)

A la mañana siguiente, nos levantamos con ganas de conocer los lugares más recónditos de San Francisco, así que comenzamos por un mercado de pulgas en la zona industrial. Allí duramos veinte minutos, por lo que fuimos a Mission: un barrio mexicano lleno de vida y color; los murales que decoraban las calles nos inundaban de felicidad y, cómo no, de postureo también.



Los mejores murales nos los encontramos en callejones escondidos, estrechos y malolientes como  Balmy Alley y Clarion Alley.


Estuvimos toooda la mañana recorriéndolo a pie, metiéndonos entre callejones y sintiendo que estábamos en México y no en Estados Unidos. Allí encontramos una taquería chiquitina y estrecha, llena de gente, donde nos pusimos moradas a burritos, tacos y demás comida.





Con el buche lleno seguimos caminando a ver el edificio de la mujer, y atravesando otro barrio del cual no recuerdo el nombre, llegamos hasta las Painted Ladies. Un conjunto de 6 casas iguales en medio de una de las supercuestas de San Francisco, que, bueno, dentro del barrio en el que estaban eran las menos llamativas. Pero bueno, es como ir a Zaragoza y no ver la iglesia de San Juan de los Panetes.

De vuelta al hostel, cansadas de caminar todo el día, escuchamos un concierto de Jazz y aparecimos en el Ayuntamiento. Quisimos entrar a verlo, ya que es uno de los edificios más importantes y antiguos de San Francisco, pero en ese momento era una capilla ardiente, así que no se podía visitar, ya que el alcalde se hallaba en cuerpo presente en su interior. Mala suerte la nuestra.


La anécdota fue que yo, medio lerda, entendí que el alcalde estaba dentro, pero no muerto, así que grande fue la sorpresa que me di ante tantas cámaras en la puerta principal de esta.


La noche también fue movidita, compartíamos (las dos primeras noches) habitación con dos estudiantes de intercambio de Alemania, los cuales la noche anterior habían usurpado nuestros espacios porque ilusos de ellos, pensaban que estaban solos en el cuarto y tenían todo tirado cuales guarros.

El caso es que yo me levante a mitad de la noche a mear, a lo que uno de ellos salió corriendo detrás de mí y sin decir nada se fue del cuarto. Ni Andrea ni yo entendíamos nada, así que mee y me volví a ir a dormir. Seguramente estuviese chicagandose y no aguantaba más.


Día 3 (19 de diciembre)

Llegamos a nuestro tercer día de aventura: el plan fue distinto al planeado, pero aun así estuvo entretenido.

El día comenzó con tensión, ya que la reserva del hostel la hice para el día siguiente, es decir para el mismo día que Fabi también la había hecho, osea se, que no sabíamos si esa noche íbamos a dormir en el hostel. Pero la noche del 20 la teníamos doblemente cubierta.


Todo empezó cuando me di cuenta de que la había liado, fui al recepcionista y me dijo que no habría problema al cambiarla, que lo único que estaríamos en habitaciones distintas, pero que igualmente para la noche del 20 dormiríamos las tres en la misma habitación (lo cual suponía que una de las dos se cambiaba una noche y la otra todas las noches, esto incluye quita y pon sabanas). Pero este recepcionista tenía prisa así que nos dijo que en 5 min llegaba el otro.

Tras esperar, el otro muchacho nos dijo que no se podía hacer, que teníamos que reservar de nuevo perdiendo todo lo otro… Ya nos vio la cara de somos pobres y nos dijo consulto a mi jefe y os digo cosas.

La culpa de todo esto la tenía la recepcionista chica que si nos hubiese contestado a las llamadas y los mails tendríamos las 4 noches desde antes de llegar reservadas, pero bueno aventurillas.
Tras desayunar panqueques en la terraza al solecito con el café, nos arreglamos y anduvimos hasta llegar al pier (embarcadero),  atravesando el barrio empresarial y encontrando el único decathlon que hay en EEUU (me hizo mucha ilusión, pero era muy distinto a los de España así que nos fuimos pronto).

Estuvimos paseando hasta llegar al Pier 39, que venía siendo un centro comercial ambientado en el oeste y con leones marinos como atracción turística (de camino nos encontramos con un Decathlon, no sabeis cuanto o añoro y mi emoción fue tal que se mereció una foto, el único y primer Decathlon de américa y yo he estado en el!!!!)


Estando allí recibimos un correo en el que nos decían que finalmente sin ningún coste nos hacían el cambio de la reserva a esa noche, así que salvadas.


Nos habían recomendado ir a Fishermans Wharf, y la verdad que ni Andrea ni yo entendimos por qué. Todo demasiado turístico y explotado para mí gusto, con las bonitas vistas que hay hacia Alcatraz y a la Península del tiburón, destrozado por típicos chiringuitos de playa y fritura de pescado. Lo mejor que allí encontramos fue una panadería donde hacían unas deliciosas tortas fritas (ninguna mejor que la de mi yaya Carmen por supuesto).


Entre el frio del Pier y lo poco que nos gustó, quisimos entrar en calor llegando hasta Lombard Street, la calle más empinada de San Francisco. Que como no, para llegar hasta ella hay que subir una de las miles de colinas de la ciudad. Pero solo por las vistas merecía la pena.


Al llegar allí bueno, que decir, vimos un espectáculo de chinos bajando en coche por la famosa calle con los cuerpos para fuera grabando (¿Qué mejor que ver las cosas a través de móvil y no con tus ojos?).


De allí nos entró hambre, así que Dim Sum para comer en el barrio chino. Costó encontrar un lugar, pero al final comimos como marquesas y pudimos cargarnos de energía para seguir visitando el barrio Chino, (es uno de los más famosos y antiguos y auténticos de EEUU (porque aquí si no comparan todo no son felices)).



Empezaba a oscurecer y no nos recomendaban andar por allí de noche, así que continuamos conociendo San Francisco a pie, y fuimos por ello a Little Italy (el barrio italiano) y allí tomamos un helado (decía ser artesano).


Mientras merendábamos en el parque, vimos la imponente torre Coit en lo alto de la ciudad, y allá que fuimos. La cuesta para llegar no tenía nada que envidiar a Lombard Street. Desde lo alto (no de la torre, que para subir había que pagar), había un pequeño mirador hacia el Golden Gate Bridge. Tomamos las fotos pertinentes, disfrutamos de la puesta de sol y volvimos al barrio italiano a probar las famosas mimosas (champán con zumo), las cuales nos parecieron una mala combinación.


Vuelta al hostel y vuelta al problema, nos habían dado habitaciones separadas y a lo que llegué yo a mi cama, había un chico durmiendo en ella. Bajé a recepción y bueno que no sabemos que pasó porque ya después de marearlos nosotros a ellos, empezaron a marearnos a nosotras, así que en 3 días recorrimos todas las plantas del hostel.


Al final, Andrea y yo dormíamos juntitas (que al principio no y mira que lo pedimos), y en nuestra habitación conocimos a una sevillana que nos habló del negocio del futuro, la corta de cogollos. Ella estaba en California por eso y se iba a España con muuucha pasta.

Día 4 (20 de diciembre)

Antes de que Fabi aterrizase y se uniese al viaje, teníamos que volver a cambiar de habitación, esta vez la compartíamos con un individuo que vimos todo el día/tarde/noche metido en la cama. Solo sabíamos que era calvo.


A primera hora teníamos reservado el cruise hasta Alcatraz, aquella famosa cárcel abandonada que todo el mundo conoce ya que albergó a algunos de los más famosos gangsters de los años 30. Y sus fuertes corrientes que no dejaban escapar a ningún preso.


Allí construida sobre un islote en medio de la bahía de San Francisco, no solo protagonizó escenas de presidiarios sino también luchas sobre la igualdad y el respeto por los ciudadanos nativos americanos.
Además de aprender y alucinar con las condiciones minúsculas que los presos tenían ahí, disfrutamos de la vista a San Francisco y a los puentes que la cruzan.

Anchura de una celda

A la vuelta íbamos con ganas de hacer ejercicio así que fuimos a ver Lands End, un parque en la rocosa y azotada costa por el viento de la boca del Golden Gate. Allí vimos alguna ruina de un antiguo fuerte militar.


De allí salía un trail de una hora aproximada por a costa por la cual te ibas acercando al Golden Gate. Como teníamos que esperar a Fabi para poder ir al puente a hacernos fotos;  en que nos entró el hambre salimos del trail y fuimos a comer comida China.


Tras la comida y el café echado, nos dirigimos al Palacio de las Finas Artes, un lugar que sin duda te transporta a roma con sus grandes columnas de estilo renacentista; adornado con un laguito artificial que, aunque bonito, olía un poco mal (en general nos sorprendió mucho el mal olor que tenía la ciudad).


Una vez que Fabi llegó, fuimos en uber (el transporte es más lento que ir andando, y ya estábamos cansadas de 3 días andando cuesta arriba cuesta abajo) a ver la puesta de sol en el Golden Gate y a posturear con las fotos (he de decir que me pareció más bonito el puente blanco, “puente de la bahía” que el Golden Gate, pero como es el famoso hay que verlo y cruzarlo, pero ya n tuvimos oportunidad).


Y es que para conocer y hacer todo lo que hay que hacer en San Francisco con tres días no vale.
Y aquí termina nuestra primera parte jugando al “Who is who” con gentes del mundo, cerveza y con una cena deliciosa de ensalada de brócoli made in Trader Joe´s, nuestro supermercado orgánico favorito.