Tras dejar en el aeropuerto a
Carlos, ponemos rumbo a nuestro viaje de Thanks Giving.
Preparado con un par de semanas
de antelación y sin tenerlo nada claro. Pero hay que arriesgar y jugar si
realmente queremos empezar a viajar y no sentir la sensación de que no estamos
viendo casi nada.
Bueno, pues la primera parada es
a Wallmart a por comida para todos los días y a llenar a Lola, la pick up
alquilada, para que nos acompañe en esta locura. El problema era que al aparcar
no entendíamos como se quitaba la llave, y, bueno, allí estuvimos como 5
minutos arrancando y apagando. ¿Qué pasaba? Pues que al ser un coche automático
si no pones la P en las marchas no te deja sacar la llave.
La segunda anécdota la tenemos ya
a los 10 minutos de comenzar el trayecto. Tenemos el asiento lleno de comida,
ropa y el depósito lleno; así que ya ponemos rumbo, cuando de repente, la
señora de al lado empieza a hacer gestos raros para llamar mi atención.
Total que la miro y me señala el
depósito del coche: ¡bravo! ¡Está abierto! ¡Pero hasta sin la tapa! Menos mal
que solo habíamos salido de la gasolinera y el semáforo estaba en rojo y pude
bajar corriendo a cerrarlo.
Tras este pequeño imprevisto
comienza de verdad nuestro viaje. Este primer día no paramos hasta llegar a
Whitefish, donde allí una chica nos acogía en su apartamento como coachsurfing.
Nos sorprende mucho que durante
el camino todas las casas están súper decoradas de navidad, incluso el pueblo
de Whitefish, lugar hermoso y digno de pasear un ratín.
Al llegar al apartamento la
puerta está abierta, y solo vemos a un chico. Y es que nuestra couchsurfer
anfitriona no nos había comentado que tenía un roommate (y lo de roommate es
literal, comparten cuarto, así que si dicen bedmate entiendo que compartirán
incluso la cama).
A pesar de que estábamos muy
cansadas compartimos recetas y planes futuros con nuestros couchsurfers, y
luego les pedimos dormir, ya que al día siguiente madrugábamos mucho y
necesitábamos descansar.
Amanecemos en Whitefish temprano
y nos vamos a un bar de carretera a por unos cafés para llevar con los que,
como no, me abrasé la lengua. Como no hacían más que huevos, decidimos untar
las galletas que teníamos en el coche.
¡Y ya pusimos marcha al parque de
los glaciares! Allí queríamos ir a ver el Avalanche Lake, pero la cantidad de
nieve y nuestra nula preparación tan solo nos dejó poder admirar la inmensidad
del McDonald Lake y el río nevado, donde resbalón tras resbalón, conseguimos
acercarnos a una orilla para hacernos fotos.
El viaje era largo, así que
nuestra comida de Thanks Giving fue en una gasolinera donde salía volando todo
aquello que bajaba del coche. Allí compramos nuestro último ingrediente, la
leche de los desayunos, que la dejamos en el maletero para que se mantuviese
fría (el cuarto día se nos congeló).
Fue difícil encontrar un baño ya
que todo estaba cerrado porque todos estaban de reunión familiar, pero bueno a
nosotras no nos paraba nada.
Entre parada y foto sonaban
temazos como “Girasoles” de Rozalén, “Princesas” de Pereza, todas de Arnau
Griso, “Bastrisboy” “la isla del amor”….
Las horas de coche dan para
mucho, tanto para afianzar una amistad como para romperla, por suerte la
nuestra cada vez es mejor, porque nos conocemos más y bueno, aunque seamos las
dos muy cabezonas, cuando hay que dar la razón, nos la damos.
Finalmente llegamos a Rigby, tras
perdernos, no ver la carretera y otras anécdotas más, conseguimos llegar a la
casa rentada por Frederick. No entendíamos muy bien porque había tanto carrito
de golf everywhere, pero vaya; nosotras cena, ducha y a la cama, nuestros
cuerpos estaban molidos. Eso sí, primero cotilleamos un antiguo álbum de fotos
en el que nuestro abuelito anfitrión se veía mucho más joven y con menos cara
de cascarrabias.
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Nuestra cena de Thanks Giving |
Día 3
Nos levantamos con el pie
izquierdo las dos, no teníamos tupper así que se lo compramos a escondidas a
Frederick, por 3 dólares. Le dejamos una nota con el dinero.
A salir al coche entendimos que la
casa estaba plantada en medio de un campo de golf privado, de ahí la gran
colección de carritos de golf.
Cargamos las maletas, la comida,
vamos a arrancar el coche yyyyyyyyyyy no arranca… volvemos a intentarlo yyyyyy…
no arranca. Frederick, que pasaba por ahí (nosotras teníamos su tupper pero
callamos como putis) nos ofreció su ayuda, y mientras el coche se cargaba una
familia de cervatillos pasaba por nuestro lado.
Con las pilas recargadas, de
nuevo coche y carretera, esta vez queríamos haber parado en Yellowstone, pero
estaba cerrado por la cantidad de nieve que había, así que pusimos directamente
dirección Rapid City, y ya pararíamos con lo que nos encontrásemos.
La primera parada fue a Idaho
Falls, un pueblo construido alrededor de unas espectaculares cataratas que
surgían de mitad del río. Esta parada fue rápida, pero mereció la pena.
Tras ello, ¿Qué nos encontramos?
Pues con el parque nacional Shoshone, cubierto por una gran capa blanca recién
caída que Lola atravesaba sin problemas. Allí yo no pude por más, necesitaba
rebozarme y sentir la nieve, ya que este año voy a estar lejos de ese oro
blanco que tanto admiro.
Así que mientras unos disfrutaban
paseándose por las largas explanadas y densos bosques cubiertos de nata recién
caída, yo daba vueltas colina abajo (en chándal) disfrutando cual enana.
Ese mismo día atravesamos un
montón de parques nacionales, como el de Targhee, Badlands que eran como el
“cerro de los siete colores” de Argentina. Estos dos fueron de lo más
impresionante, viajando tantos kilómetros en coche y cruzando tantos estados
descubríamos paisajes uno detrás del otro, sin que tuviesen nada que ver.
Shoshone era un bosque en una
montaña nevada, y cuando bajabas la montaña te encontrabas literalmente en el
salvaje oeste (ese donde estaban los indios y vaqueros), y es que los pueblos
de esa zona te transportaban a las películas de John Wyne, esas que mis abuelos
siempre ven después de comer cuando acaba el telediario de Antena Aragón.
Dubois, era uno de los pueblos
más y mejor conservados, solo faltaba la planta rodadora (llamadas capitanas)
que pasan por el medio de un duelo entre sheriff y apresado o simplemente
vaqueros.
Enseguida llegamos a nuestro
motel de carretera, donde pasaríamos la noche. Estaba en Rapid City otra de las
ciudades del salvaje oeste (y donde nos encontramos con la gasolinera más
barata a 2,39 el galón, porque lo de la gasolina vaya tela…, ya os lo
imaginareis vaya).
Cenamos románticamente Andrea y
yo pasta con ensalada caducada, pero económica y preparamos más ensalada de
pasta para comer y cenar al día siguiente (pobre de nuestras tripas, nuestros
alimentos fueron a base de arroz y pasta).
Y llegó el gran día, el día en el
que nuestro loco objetivo de ver Mount Rushmore se iba a cumplir, el día más
completo y con más divertimiento de todos, el día en que Andrea y yo nos
planteamos el valor de nuestras vidas. Ese día había llegado.
Nuestro maravilloso (y un poco
suciete) motel de carretera nos incluía un desayuno con de todo: gofres, café,
zumo natural, cereales, muffins… vaya que nos pusimos tibias. Y como la leche
se nos había congelado en el maletero de Lola, también cogimos leche para el
viaje. Sin café, Andrea no es persona.
Nos ponemos de camino a la
primera parada, Crazy Horse monument. Y de pronto (como íbamos a tener algún
viaje tranquilo), se nos enchufa una bombilla de que la presión de una rueda
está baja. Andrea se pone a leer el manual de instrucciones y entramos en
pánico. Pero el coche llevaba un rato andando así que tampoco podíamos mirar la
presión ya que no iba a ser real.
Paramos en el Crazy Horse
Monument, donde querían que pagásemos 20 dólares (es un monumento dedicado a
los nativos americanos, en contraposición a las cabezas de los presidentes.
Monumento sin acabar). Así que nos negamos y quisimos dar la vuelta, pero como
había un coche detrás el señor nos dejó que pasaramos “a dar la vuelta”, y
llegamos al final, hicimos una foto rápida y fuimos hacia nuestra segunda
parada.
La segunda parada era nuestro
sueño del viaje, el gran Mount Rushmore o como mi GPS dice: “Mount Rushmorro”
(también dice Primera piedra cuando es 1 st (first Street)). Al llegar, el
precio era de 10 dólares para todo el año, aunque creo que no vamos a volver.
Y llegamos, y un paseo lleno de
banderas del mundo centraban al fondo a los cuatro presidentes esculpidos en
las piedras del National Park Service, allí estaban Gorge Washington, Tomas Jefferson,
Roosvelt y Abraham Lincon. Mirando hacia el fondo, en modo “todo aquello que
vuestros ojos pueden ver, en un tiempo pasado lo dirigía yo”.
Las dimensiones de las cabezas
debían ser enormes, pero no se apreciaba tanto el tamaño, pero el entorno donde
estaban era único. Tras las fotos de rigor y la compra de souvenirs,
continuamos nuestro viaje, esta vez, hacia Devils Tower.
La gigantesca roca la vimos desde
lo lejos, ya que necesitábamos ahorrar tiempo para llegar a una hora decente al
couchsurfing que teníamos para esa noche.
Mientras nos íbamos acercando,
veíamos gente parada haciendo fotos, así que copiamos las ideas de parar,
aunque nuestras fotos fueron más originales, de hecho tan originales que en una
de ellas rompimos nuestro bote de tomate frito, y en otra de la emoción mi
petaca de batería recargable me la olvidé en la calle.
Con un emocionante día ya vamos a
nuestro destino final antes de llegar a casa, Missoula! A mitad de camino un
retención de casi una hora por un accidente (dos coches se chocaron de frente),
nos puso los pelos de punta.
Mientras limpiaban la zona,
aprovechamos a pasearnos por la carretera y hacernos amigas de las señoras del
coche de delante. Solo nosotras bajamos del coche, lo que nos hacía pensar que
igual no era buena idea; pero tanto rato sentadas y paradas nos aburría,
necesitábamos movernos.
También aproveché a que Andrea me
depilase las cejas y a reorganizar la parte de atrás y a seguir comiendo
nuestra fantástica ensalada de pasta, a escribir un poquito del blog y todas
esas cosas que se hacen para entretenerse dentro de en coche en el que llevas
mucho tiempo sentado. Antes de llegar debatíamos sobre si ir del tirón a
Seattle o ser responsables y dormir.
Día 5
Llegamos a Missoula a las 00:00,
por eso ya estoy escribiendo en el 5 día.
La casa estaba bastante
escondida, pero tras dar mil vueltas la encontramos. Timbre no tenía así que
llamamos a la puerta, pero nadie contestaba. Di la vuelta a la casa buscando
una ventana en la que pudiese trucar, pero seguían sin oírnos. Andrea trató de
llamarlos, y tampoco cogían el teléfono. Tras mucho insistir conseguimos que
nos abrieran y entendimos todo, estaban borrachos! Así que tras pensárnoslo
brevemente escampamos (nuestro plan B, también falló) y pusimos rumbo a Seattle.
Qué decir, lo pasamos de
madrugada en el coche hacia Seattle, se nos dio muy bien, ya que la música
amenizaba el momento.
Tan solo un pequeño susto en la
carretera cuando una placa de hielo se puso en medio y perdí por un instante el
control del coche, pero enseguida se recuperó. Andrea despertó de su sueño y ya
no fuimos capaces de podernos dormir en todo el trayecto.
A las 6:00 llegábamos el coche
descargar y a dormir, que el quinto día había comenzado muy intensamente.