Ultimo día de escuela y nos vamos
al encuentro con los chicos de Vashon. Allí nos ponemos rumbo Vancouver! El
viaje en coche, en su mayoría fue de noche, ya que oscurece pronto y a las 9 de
la noche parece que sean las 2-3 españolas de la madrugada.
Todo iba normal y llegamos a la
frontera. Esperando nuestro turno sacamos nuestras delicatessen de cenas. El
policía, nos preguntó que de dónde éramos, qué íbamos a hacer, cuantos días, a
que nos dedicamos, donde vivimos y por supuesto que si llevamos armas.
Playa Vancouver (una de ellas) |
Tras el cuestionario, al cruzar
la frontera nos quedamos sin datos y menos mal a que teníamos el mapa
descargado, pero oh oh la dirección que teníamos era errónea. Nos llevó a un
pueblo a una hora del centro de la ciudad, a una casa en medio de una
carretera. Allí en medio hicimos una parada técnica para ventilarnos…., ya que 4
horas de coche se hacen duras. Cambiamos nuestro destino donde finalmente aparecimos.
Ahora teníamos la calle, pero no la casa, y cuando encontramos la casa la
puerta no tenía ningún código, ni ninguna llave, así que menos mal a que los
vecinos no ayudaron y la encontramos en una barandilla metida en una caja
fuerte.
Tras un completo día de escuela y
viaje, decidimos descansar para aprovechar al máximo el sábado.
A la mañana siguiente nos
levantamos eufóricos, chillidos por aquí, dulce de desayuno por allá, peleas
para la ducha, atrancamientos en el baño (una de las puertas estaba suelta y no
se podía abrir si la cerrabas)… lo típico de los viajes en grupo vaya. En la
casa encontramos un mapa, que menos mal a él, porque mirado teníamos poco, así
que tracé dos rutas una para el sábado y otra más corta para el domingo.
Nos habían dicho que parquear por
Vancouver era bastante caro, pero ¿Qué es para nosotros el dinero?, arrancamos
el coche y go to the city. Allí encontramos un parking en el que “perdimos una
pieza del coche” (había un bache y al girarme para atrás vi una pieza negra)
pero resultó ser una almohadilla del cinturón que alguien tiró por ahí.
Pagamos, abrimos el mapa y
comenzamos a andar, recorrimos todo Vancouver en menos que canta un gallo,
Granville Street, Lookout Vancouver (una torre con un mirador encima, desde donde
puedes observar Vancouver y parte de Ricmond con su típico Skyline) el ascensor
que subía tenía una cristalera por la que podías verlo todo. También fuimos a
Gastown a ver el importante reloj de vapor único en el mundo que celebraba 45
años.
Tras toda la mañana caminando
buscamos un parque en el que pudiésemos sentarnos a comer. Encontramos un
bonito parque al lado de un puerto, en el que había una playa y avistamos un
par de focas, me mojé los pies y tras comer, bueno digamos que la presión por
la altitud nos encogió los estómagos y corriendo íbamos a buscar algún sitio
para ir a “chicago”, la mala suerte era que estábamos en el barrio chino, y
además de sucias las calles estaban sucios todos los comercios.
Tras esta pequeña aventura
seguíamos conociendo la ciudad cuando encontramos a un muchacho comenzando a
esculpir en hielo anonadados nos quedamos mirando al señor, hasta que Andrea
preguntó “What are you doing?” y el muchacho contestó “cubitos de hielo, que
aquí son muy pequeños”. Imagínense nuestras caras…
La visita a Vancouver estaba ya
finalizando ya que todo lo que era el centro lo habíamos recorrido a la mañana.
Así que comenzamos a visitar parte del plan del domingo. Cogimos el coche y
fuimos a Granville Island, una peninsulita convertida en mercado con de todo!
Un lugar muy hippie en el que además del mercado había un montón de comercios
de cosas hechas a mano, artesanías, cerveza, vino, juguetes…. Teníamos solo una
hora porque el parking era gratis y si estas más tiempo permitido te multan.
Así que vuelta al coche y fuimos a comer un helado y a la playa. Como había que
volver a pagar, ni helado ni playa a casa.
En casa descansamos, buscamos un
lugar para tomar cerveza y nos fuimos. El lugar que habíamos buscado justo
acababa de cambiar el horario y estaba cerrado, de camino al segundo,
encontramos un todo a cien en el que se nos fueron los ojos y tras el gasto
encontramos un bar de portugueses donde acompañados de unas cervezas jugamos a
las cartas, al super juego de “apuestas” que el chico del grupo nos enseñó.
Intentamos pagar, pero ni teníamos dólares canadienses ni as 20 tarjetas que
entre todos teníamos funcionaron. Así que menos mal que les convencimos de
pagar en dólares estadounidenses.
Compramos cerveza para seguir bebiendo
y jugando a las cartas, y fuimos a casa. Allí cenamos, bebimos y jugamos a otro
juego con el que pasamos un buen rato, pero poco a poco la gente del grupo fue
abandonando hasta quedarnos el zagal y yo. Allí estuvimos indagando en nuestras
maravillas vidas pasadas y futuras. A lo que nos dimos cuenta eran las 5 así
que me fui a darle la chapa a mi compañera de cama la Santanderina. Pobrecica a
saber lo que le conté, ahora, que dice que se rió mucho (y yo también).
A la mañana siguiente tenía más
miedo de tener resaca que de la que realmente tenía. Al rato ya estábamos camino
a Stanley Park, una península en la esquina de Vancouver llena de árboles,
animales y rodeada de mar desde la que se observaba el maravillo skyline de la
ciudad y su sistema rocoso (montañas).
Enamorados de la ciudad por lo rápido
que se llega a los sitios, su situación geográfica, la simpatía de la gente y
la combinación mar y montaña, nos volvemos a Seattle. A mitad hacemos una
parada de rigor a ver una playa americana…. Qué bueno… las hemos visto mejores.
Y así echando gasolina finaliza
nuestro primer viaje en América del Norte.