Día 7 (22 de diciembre)
Ya la noche anterior antes de salir, habíamos conocido a
bastante gente en el hostel, entre ellos un vasco, que estaba haciendo la
temporada de corta de marihuana, Miquel aventurero solitario dispuesto a
conocer gente y transmitir felicidad y Abbas judoka también dispuesto a
compartir buenos momentos.
Durante la mañana mientras preparábamos el desayuno
conocimos a Miquel, quien quería ir a algún lugar lleno de turistas para
ganarse un dinero extra antes de finalizar su viaje. Como nosotras íbamos al
Observatorio Griffith y a él le parecía el lugar perfecto para sacarse un
dinerillo nos acompañó.
De camino al coche tuvimos una pequeña sorpresa que se queda
entre los que allí estábamos (pero quería deciros que algo nos pasó).
No recuerdo por qué motivo el aparcamiento era gratis así
que aparcamos lo más cerca que pudimos y nos acercamos a observar LA desde
arriba.
La verdad que es una ciudad que nos defraudo bastante, para
tanta fama que tiene es de las más feas que hemos visitado hasta ahora, y el skyline
que tiene no es ni alucinante, menos mal que esta el Paseo de la Fama y el
cartel de Hollywood.
En el observatorio Andrea se hizo amiga de una señora muy
peculiar (vean foto), y cuando consiguió esquivarla fuimos a dar la vuelta al
observatorio buscando poder ver un telescopio, y con nuestro gozo en un pozo y
tras muchas fotos, marchamos a acercarnos al cartel de Hollywood para verlo
"de cerca".
El GPS no nos guiaba así que seguimos un poco de nuestra
intención, ¿Y dónde llegamos? pues al mismo sitio desde donde partíamos. Ah y
se me olvidaba comentar que Miquel decidió acompañarnos durante todo el día.
Como no conseguíamos encontrar el cartel fuimos a ver el
paseo de las estrellas a ver a quien o quienes nos encontrábamos por allí. Pero
la tarea de buscar aparcamiento no parecía fácil, así que entramos a un mercado
donde había aparcamiento y preguntamos. El precio era de $10, y Miquel se
ofreció a pagarlo ya que le estábamos llevando gratis.
Entramos a comer y no sabíamos donde estaba Miquel, total
que aparece y detrás del segurata y le devuelve el dinero diciéndonos que no
nos preocupásemos que él nos vigilaba el coche gratis. Miquel había estado
hablando con él, y es que el chico caía muy bien desprendía tanta felicidad y
optimismo hacia la vida que cualquiera le regalaba una sonrisa o una buena
acción.
Miquel nos invitó a probar unos postres turcos que
desconocía pero que estaban reamente deliciosos (tengo que encontrar el nombre)
era un hojaldre de miel y especias que buuf, de pensarlo segrego saliva y mi estómago
ruge.
Tras llenar el estómago ya podíamos continuar con nuestro
día, y como hacía bueno, si teníamos tiempo tomaríamos una cervecita en una
terraza (el sueño de Andrea durante todo el viaje).
Del paseo que decir, me lo pasé todo el rato leyendo en alto
los nombres de las estrellas y eran tan raros que a veces no me daba ni cuenta
de que a quien leía era alguien a quien conocía o me sonaba de alguna película
o así. Andrea y Fabi enredaban a andar más rápido para que no me diese tiempo a
leer y Miquel a su vez me corregía, se reía de mi acento y si me olvidaba a
alguien me hacía volver atrás.
Al llegar a Donald Trump dimos la vuelta y volvimos a
encabezonarnos a ver el cartel de Hollywood de cerca (para entonces ya había
encontrado un foro donde poder sacar las mejores fotos “3204 Canyon Lake
Drive Hollywood, CA 90068”). Así que cuesta para arriba y cuesta para
abajo encontramos el cartel, aparcamos y fuimos a fotografiarnos cuales
estrellas de circo.
La noche también prometía, salíamos de fiesta y antes íbamos
a beber en el jardín del hostel ya que la dueña nos dejaba estar allí e incluso
llevar amigos. Mientras bebíamos nuestro circulo cada vez era más y más grande
con la gente del hostel que al oír música y barullo salían a unirse a nosotras,
pero pronto la dueña del hostel nos mandó callar. Así que nos fuimos a bailar a
un bar de “música latina”.
Estábamos en la guest list pero aun así el aforo estaba
completísimo y nos dieron problemas para entrar. Menos mal a que Fabi tenía
unos amigos nuevos del hostel que estaban dentro y salieron a buscarnos con
motivo de que estábamos celebrando un cumpleaños, pero tenían que venir más
amigos de Seattle y no confiábamos que pudiésemos entrar tantos.
Mientras llegaban vimos que el panorama no iba mucho con
Andrea y conmigo (Fabi estaba en su salsa), solo sonaba salsa y en el recorrido
de la puerta al baño nos tocaron una media de 5 veces el culo a cada una,
además que no podíamos respirar de la cantidad de gente que había, por lo que
decidimos salir fuera a esperar y buscar un lugar mejor.
Pero no fue esa la suerte que tuvimos, Cristina (Bellevue)
encontró un lugar en el que ponían música pop y latina pero comercial. Y así
era durante la primera hora, después solo sonaba música de los 80 americana que
no conocía ni el tato (estábamos solos en el bar y el dj ni aun así nos quería
poner la música que nos gustaba), pero bueno pasamos la noche (Fabi que decidió
quedarse pasó la noche de su vida, en el hostel nos contaría).
Día 8 (23 de diciembre)
Nos levantamos por la mañana y
habíamos quedado con los otros Amities de Wallingford en Venice Beach. Ese día
nos acompañó otro huésped del hotel, Habas (judoca parisino) que por un error
en el billete se quedó en el hostel más días de los esperados. Esa mañana no
sabíamos dónde estaba Miquel así que salimos sin él.
Al llegar a la playa a mí se me
metió entre ceja y ceja (para eso soy maña) que quería una pelota para jugar en
la arena y entrar en calor para darme un chapuzón (me deje el bañador en el
coche así que al final no hubo chapuzón).
Costó encontrarnos con nuestros
compatriotas de seattlelites, pero luego pasamos una buena mañana jugando con
mi pelota (que nadie quería, pero luego bien que nos entretuvo), compartiendo
que no nos podíamos perder (ellos hacían el viaje al revés que nosotras) y, en
bici.
¿En bici? Sí, alquilamos unas
bicis para pasar la tarde e ir al muelle de Santa Mónica a ver la puesta de
sol.
Con las bicis no tuvimos mejor
idea que pasear por “Venice Canals”, un barrio histórico de Los Ángeles, en el
que las humildes y modestas casas (nótese mi ironía) estaban rodeadas de
canales de aguas y pequeños barcos que en ellas flotaban.
Con las bicis no tuvimos ningún
problema, excepto Fabi, aún no sabemos si es que no sabe ir en bici o que
realmente la bici no funcionaba, fuera lo que fuese la pobre acabó llena de
arañazos, grasa de la cadena y por un momento temimos por su vida al final de
una cuesta en la que los frenos dejaron de funcionar (y aun tampoco sabemos cómo)
por lo que su único modo de parar fue el derrape.
Tras ver los canales nuestras
tripas rugían. La comida de chiringuito de playa, sentados en la arena, la
acompañamos con la vista al horizonte (y a un señor que iba caminando siempre
al mismo ritmo
entro en el agua como si
no hubiese agua y salió de ella caminando como si nada hubiese pasado, y telita
al fresquillo del agua y al airecillo que soplaba.
Todo iba bien hasta que las
gaviotas vieron que teníamos comida y empezaron a acercarse sembrando el caos
en nuestro grupo por parte de alguna de las chicas con las que estaba.
Cambiazo de ropa y a ver la
puesta de sol al muelle de Santa Mónica, los chicos de verano azul seguro que
nos envidiaban, todos en fila recorríamos el paseo de la playa hasta llegar a
un gimnasio en la arena (típico americano) donde los músculos muchachos
entrenaban para poner a punto sus músculos.
El muelle era una gran feria
llena de atracciones, y la atracción con más audiencia sin duda era, la puesta
de sol. Así que tras un ooooh cuando el sol se metió y aplausos mil de los
americanos que parecía que era algo antinatural que jamás habían visto, echamos
a correr porque nos quedábamos sin luz y el paseo no estaba iluminado.
A mitad de camino paramos a
buscar algunos suvenires, y Fabi como no a comer helados!!
Despedidas y a casa a descansar
que al día siguiente tocaba coche.
Día 9 (24 de diciembre)
Ponemos rumbo a San Diego, pero
durante el camino hacemos varia paradas, entre ellas en la segunda mejor cosa
del viaje que fue La Joya Cave.
La primera parada la hicimos en
Black Sand, esta parte de la costa está formada por unas bardenas de tierra en
lo alto de una colina blanca, pero con una curiosidad, y es que descendiendo la
cantera aparecen pequeñitas calas de arena negra, preciosa. Cada día me asombra
más la caprichosa formación de la tierra y por lo tanto del mundo.
Allí la parada fue rápida, ya que
nos costó un poco acceder puesto que nos metimos por un camino de tierra que
parecía que estuviésemos en alguna atracción del Pier de Santa Mónica.
Segunda parada (y ya fue donde
comimos) fue La Joya Cave, un lugar en el que los pelícanos y los leones
marinos conviven juntos en un entorno costero y rocoso donde el olor a mar me
recordaba al lugar donde crecí.
Mientras comíamos, mi familia
estaba comenzando a cenar, todos juntitos hicimos un skype, primos por aquí
tíos por allá, la abuela, la madre, la hermana, el padre, todos diciéndome lo
bien que se lo pasaban…
Para comer, nuestra comida
preferida que es: pasta con huevo duro.
Para hacer la digestión caminamos
por el paseo, y de repeente una peste nos invadió, EL PIS DE LOS LEONES MARINOS
ES REALMENTE ASQUEROSO, para todo el mundo menos para Fabi que tuvo la valentía
de acercarse a ellos para conseguir la mejor foto.
Mientras Andrea y yo andábamos
averiguando cuevas en una pequeña cala cercana y mojándonos los pies en esa
agua tan helada.
Tras unas cuantas fotos, vuelta
al coche, siguiente parada Balboa Park en San Diego. Un parque espectacular
donde los haya con una estructura colonial, y mucha influencia española.
Una de las partes del parque, la
más bonita para mi gusto, fue el patio de los talleres, una pequeña villa de
talleres chiquitines llenos de color, luz y mucho pero mucho arte.
Tambien allí había un lago, un
invernadero, anfiteatro, torre… no sabía si estaba en EEUU o una pequeña ciudad
de México.
Nos sobraba tiempo y queríamos
ver la puesta de son en un sitio especial, así que fuimos hasya
Pacific Beach, allí paseamos un poquito y
directamente tiramos a cenar algo especial en el Downtown de San Diego, y
coronar un rooftop.
Nuestra elección fue comida
Thailandesa, la cual no me dejó pegar ojo durante toda la noche, y el rooftop
The Nolen.